Mis (muy seguramente) juguetones cuatro lectores, quizás sepan que se ha atribuido al filósofo griego Platón —con algunas variaciones— la siguiente frase:
"Se conoce más a una persona en una hora de juego que en un año de conversación".
¿Qué significa esta aseveración (supuestamente) de Platón? Que en el juego la esencia de una persona se expresa de forma más pura y transparente, dejando ver aspectos de su pensamiento y su personalidad que en la conversación cotidiana no son evidentes. Les sale "el verdadero yo", en otras palabras.
Por otro lado, el juego es tan importante en el desarrollo de las personas que, desde 1989, se reconoció internacionalmente el derecho de los niños a jugar en el tratado internacional de los derechos humanos llamado la Convención sobre los Derechos del Niño, adoptado por las Naciones Unidas.
Pero, ¿acaso sólo es importante que los niños jueguen? La (supuesta) frase de Platón no hace esa acotación en absoluto. De hecho, es importante que incluso las personas que han sobrepasado la infancia también jueguen. ¿Que jueguen a qué? A lo que les dé la gana, a lo que gusten, pero que jueguen.
Si acaso pueden participar en un deporte organizado, pues que lo hagan.
Pero a aquellos que, como yo, no pueden ya saltar a una cancha, les cuento que he tenido recientemente la oportunidad de conocer a personas sumamente aficionadas a los juegos de mesa, pero en serio. En lo personal, los juegos de mesa más frecuentes en mi infancia fueron la lotería, las damas chinas, las damas inglesas, los palitos chinos, el turista, el parchis y el ajedrez. Los tradicionales, pues.
Pero ahora, he visto que hay una infinidad de juegos que ni me hubiera imaginado. Incluso hay locales especializados donde los aficionados se reunen a jugarlos.
En mi infancia, creo que todos los juegos de mesa que jugué eran de competencia: se trataba de ganar, de vencer, de considerar un rival (un enemigo) al amigo o los amigos con los que jugabas. Y hay muchos juegos nuevos que siguen siendo de competencia.
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Quemando a la raza con Fire Tower. |
Personalmente, disfruto más los juegos de colaboración que los de competencia. Aquellos en los que todos los jugadores tenemos que hacer equipo para ganar. O ganamos todos o perdemos todos. La filosofía del "o todos coludos o todos rabones".
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Colaborando en La Isla Prohibida |
¿Por qué? Supongo que a mis 53 años —a unos cuantos años de entrar en la tercera juventud (eh, creyeron que diría tercera edad, ¿verdad?)— la vida real ya me ha hecho competir tanto (en la escuela, la universidad, los trabajos, etcétera) que buscarme "enemigos" gratis no me resulta atractivo. Y menos con mis amigos.
Claro, otra historia era cuando, en mi juventud, nos tocaba enfrentar en la cancha al equipo de fútbol de la empresa de la competencia; fueron unos duelazos épicos. Pero esos tiempos ya pasaron, señor Don Simón.
Además, se me hacen más novedosos los juegos de colaboración, porque creo que es mucho más fácil inventarse cualquier conflicto, con sus respectivos enemigos, que proponer una trama que juntos podamos resolver con la buena voluntad y habilidades de todos.
Como dice esa famosa frase:
"Todos somos buenos, pero ninguno de nosotros es tan bueno como todos nosotros juntos".
Y ustedes, mis lúdicos cuatro lectores, ¿a qué les gusta jugar?
Hasta la próxima.
Para todo quiere competir la raza
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