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Don Carlos Villarreal en una de sus evaluaciones de vinos |
Seis décadas como aficionado consumidor: entrevista a don Carlos Villarreal (Tercera entrega de cuatro)
[ Entrevista realizada el 20 de enero de 2011 ]
“Ni el color ni las famosas ‘piernas’ del vino las tomamos en cuenta en
nuestras evaluaciones”, comenta don Carlos. Esto le recuerda que, en una
ocasión, cuando aún asistía a catas de promoción de vinos, el catador que
exponía el vino hacía notar las “piernas” que se formaban con cada uno que se
daba a probar a los asistentes. Él entonces le preguntó al catador: “¿Significa
que el vino que hace piernas es de buena calidad?”. “No”, respondió el catador.
“Entonces” — dirigiéndose a mí, pregunta— “¿para qué lo menciona? Hacer notar
las ‘piernas’ del vino equivale a decir: ‘¡Miren, el vino moja!’ Todos los
vinos mojan; el corriente y el fino mojan. ¿Para qué lo incluyen dentro de su
rollo si no es indicador de calidad?”. La respuesta no tarda en salir de él
mismo: “Es parte de la falsa tramoya que le dan al vino. Eso es un truco para
involucrar a la gente”.
Don Carlos aplica el término “catador” para referirse a toda aquella
persona —ya sea sommelier o no— que es contratada para “hablar bonito” de un
vino y que lo hace utilizando un lenguaje extravagante y sofisticado para mencionar
las virtudes de esta bebida. “Los catadores son promotores comerciales y tienen
un compromiso con el que les paga”, expresa totalmente convencido. “¿Qué pasa
si un catador dice a quien lo contrata: ‘Oigan, su vino está saturado de
taninos’? En ese momento pierde su trabajo y consiguen a otro que diga: ‘Los
robustos taninos de este vino le dan personalidad y categoría’, aunque te quede
todo fruncido el maxilar después de tomarlo”, dice riendo al imaginar la
situación. “Muchas veces pienso que, sean verdad o no las virtudes del vino
catado—, tienen que decirlo”, es la conclusión a la que llegó.
Por eso ya no va a catas de vinos, y prefiere probarlos con su grupo de
amigos para formarse un juicio propio, el cual compartirá —o no, dependiendo
del resultado— en su próxima reseña.
¡Ah! Y cómo olvidar la anécdota que me contó sobre una cata a la que
asistió, donde percibió que había “paleros”. Esa vez, después de terminada la
presentación de los vinos de una bodega sudamericana que recién entraba al
mercado local, el expositor mencionaba que, por esa ocasión, los vinos
presentados tendrían un precio especial a quien quisiera adquirirlos en ese
momento. Tras mencionar el expositor el precio especial de uno de los vinos
mostrados, un asistente a la cata dijo en voz alta: “¡Quiero cinco!”. Esto le
llamo la atención a don Carlos, y así quedó. A él le interesó uno de los vinos probados
para reseñarlo, pues apenas iniciaba con su columna. En la mesa de exposición dijo
que le interesaba adquirir tal vino, pero que necesitaba que se emitiera una factura
a nombre del periódico (todos los vinos que adquiere para reseñarlos en su columna
se facturan a El Norte). El expositor replicó que no traía facturas consigo,
pero que le llevaría el vino y la factura a lugar que le indicara. Así pues,
don Carlos dio los datos de su casa y esperó al día siguiente a que le llevaran
el vino y el documento. Cuál no sería su sorpresa cuando vio que quien llegaba
a su domicilio a hacer la entrega esperada era la misma persona que había dicho
públicamente que quería adquirir cinco vinos durante la cata. Mientras ríe, don
Carlos me pregunta: “¿Cómo ves? ¿”Palero” o no?”
El descaro y la falta de pericia de esos organizadores en montar su
farsa nos arranca una buena carcajada.
[Si desean escuchar de viva voz a don Carlos contando esta anécdota, denle play a este archivo]
En un país como México, en el que el consumo del vino no se da de manera natural comparado con otros países, es evidente que en fechas recientes ha habido una estampida de nuevos aficionados al vino, lo cual para don Carlos es bueno porque significa que hay más gente interesada. Sin embargo, él detecta un problema en esto: “En la formación de esos nuevos aficionados mucho han intervenido los catadores. Y lo que pasa es que entre los aficionados que los escuchan permea ese estilo y esa forma, creándose un mimetismo, por lo que los espectadores salen con las mismas actitudes de sofisticación y extravagancia del catador“, puntualiza.
Y va más allá al preguntar: “¿Hasta qué punto las catas de vino
realmente benefician al consumidor?” Para él, el mundo del vino, del consumo y
de la promoción, se ha rodeado de muchas expresiones y lenguajes que no tienen
sentido, que son ficticios. Todo esto es producto del marketing aplicado al vino, y que le ha traído más perjuicios que
beneficios.
“No conozco otro producto comercial con más efecto de marketing en contra de consumidor que el
vino”, dice categórico don Carlos. “Incluso el efecto es más fuerte que en los
autos Rolls Royce o los diamantes. Si lo comparas con un producto de consumo cotidiano
como el aceite comestible, la variación va de entre $15 a $30 pesos el más caro.
Bueno, el vino más barato que se consigue en el mercado local es de $40 pesos
por botella, mientras que el más caro cuesta $60000 pesos la botella. ¿Hay
diferencia de calidad que realmente justifique ese margen de más de 1500 veces
entre uno y otro? Yo creo que no, y esa variación es creada artificialmente por
el marketing. Otro ejemplo es el famoso
Chateau d’Yquem, que era el preferido de Sir Winston Churchill, quien lo dijo
muchas veces, y por eso es el vino Sauternes más caro. Marketing. Esto sucede porque hay gente, muy poca, pero que sí lo
paga”.
Don Carlos involucra en la plática otra situación, que es cuando en un
cierto año alguna bodega saca al mercado sus vinos etiquetándolos como cosecha histórica o la cosecha del siglo. “Para empezar”, pregunta, “¿quién es el que
dice que es la mejor cosecha: el consumidor o el productor? Así de sencillo.
Con ese marketing resuelven el
problema de exceso de producción de uva y vino, y hasta lo venden más caro”.
En su percepción, el marketing
también se encuentra en el lenguaje y actitudes que transmiten los catadores.
Para él, tomar vino debe ser algo tan sencillo como comer pan. “Un vino
adecuado, una copa limpia, sencillez al servirlo y al tomarlo, sin decir que se
haga con actitudes de patán”, aclara. “Pero, ¿qué pasaría si vas a un
restaurante y te traen el pan, tomas un pedazo y los giras con delicadeza y lo
acercas a la nariz para olerlo? Seguramente se va a reír la gente que te vea. Ah,
pero si se hace con una copa de vino es bien visto. ¿Porqué?”
Esta falsa atmósfera creada alrededor del vino ha hecho que beberlo parezca
complicado, lo cual no es verdad. “El vino debe saber a mosto vinificado. Nunca
he probado un vino que tenga aromas a frambuesa, zarzamora, regaliz y musgo de
los Pirineos”, dice en tono un tanto irónico. “El vino huele a vino y
sanseacabó. Además, el vino no necesita de esos aromas para ser delicioso,
hombre. Eso de los aromas en el vino es marketing
también. Sus aromas deben ser los correspondientes al vino y se acabó”.
¿Entonces cualquiera puede disfrutar del vino?, le pregunto. Don Carlos responde: “Yo digo que quien tiene
capacidad para distinguir un buen jugo de naranja —fresco, en su punto, que no
esté ‘pasado’—, tiene la capacidad para apreciar un buen vino”.
Maridajes musicales como los que hacía cierto crítico de vinos del New
York Times, son para don Carlos esnobismos sin sentido que no benefician
realmente al consumo del vino. Ni confía en las revistas con puntuaciones de
vinos, que en un ejemplar califican muy bien algunos productos de cierta
bodega, para encontrarte luego unas páginas más adelante con dos planas de
anuncios de la bodega en cuestión. La suspicacia que surge es natural.
[Fin de la tercera entrega]
Hasta la próxima.
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