Mis queridos cuatro lectores, hace mucho tiempo escuché una frase que quedó grabada en mi mente y mi corazón —me encantan los aforismos—, que decía lo siguiente:
"La autoridad sin sabiduría es
como un cincel sin filo:
en vez de dar forma, destruye".
Se me quedó muy presente, y apenas hace relativamente poco tiempo resurgió en mi cabeza tras escuchar un pódcast del Dr. Enrique Rojas, y más recientemente al leer un artículo suyo en el periódico digital ABC de España, titulado "Tener autoridad".
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Uno de los libros de mi biblioteca del Dr. Enrique Rojas |
Aprovechando la prodigiosa y empática mente entrenada del Dr. Rojas, fue que me quedó clara la diferencia entre dos palabras y conceptos que confundimos, la mayoría de las veces, y que hasta llegamos a tratar como intercambiables. ¡Qué craso error!
Las palabras son autoridad y poder.
Primero hablemos de la palabra poder, que viene de la palabra latina potestas que, como bien explica el Dr. Rojas, se refiere al que tiene poder y, por lo tanto, manda.
¿Cómo obtuvo su poder? Invariablemente, algo o alguien se lo otorgó. Así pues, por dar un ejemplo, tenemos tanto a los políticos que llegaron mediante los "votos del pueblo" como a los que llegaron mediante un golpe de estado.
Para simplificarlo más, pensemos en el policía que tiene el poder otorgado por un código de conducta aceptado por la sociedad en que vivimos. Pero, ¿obedecemos a estas personas con poder porque queramos hacerlo? La verdad es que no es así, sino que los obedecemos por temor a que nos apliquen alguna penalidad que esté dentro de su poder llevar a cabo, como llevarnos detenidos y meternos a la cárcel. No los obedecemos por gusto.
¿Y qué sucede cuando esas personas dejan de tener ese poder, por cualquier motivo? Pues cuando dejan de estar en una posición política o social elevada, su fuerza desaparece.
Para decirlo de la manera más cruda posible: esas personas sin poder no son absolutamente nada. Nadie las extraña, ni las quiere recordar.
Por eso, las personas que desean el poder por sobre todas las cosas harán lo que sea por mantenerlo. Y estas pueden surgir en cualquier ámbito, ya sea político, comercial, deportivo y hasta religioso. Por ejemplo, imaginen ustedes a un hombre que crece en una organización muy religiosa, al cual se le sugiere que debe de renunciar a buscar una carrera universitaria para poder hacer más por los feligreses de su iglesia. Este hombre sigue la sugerencia —ojo, no es obligación—, con lo cual aparenta ser una persona muy religiosa en su comunidad. Pero en cuanto llega a obtener una posición de poder, lo usa para mantenerse ahí. Porque, como en el mundo laboral no cuenta con la preparación académica para acceder a un puesto de poder (jefatura, gerencia o dirección) y él lo desea mucho (pues se lo autonegó), el único ámbito que le queda para estar por encima de todos es su grupo religioso. Es lo único que tiene, y ese poder lo defenderá con uñas y dientes. Sabe que si pierde ese poder, sería menos que nada.
Y esto también se aplica en la política, los deportes, la industria, etcétera.
Qué triste es el poder por el poder.
Por el otro lado, diametralmente opuesto, tenemos la autoridad, la cual siempre es preferible. Esta palabra proviene del latín auctorĭtas, y como resume de manera magistral el Dr. Rojas, se refiere a aquel que te ayuda a crecer como persona, aquel que se empeña en sacar lo mejor de tu persona. Qué diferencia con la palabra poder, ¿verdad?
El Dr. Enrique Rojas, basados en sus anotaciones, dice que las tres características de una persona con autoridad son las siguientes:
1. La capacidad de esa persona para expresar lo mejor de sí misma como ser humano: es una mezcla de autenticidad y coherencia de vida que la hace atractiva, sugerente y que invita a seguirla de alguna manera.
2. Ejerce una influencia positiva en las gentes que están más o menos cerca o la conocen y saben de ella: ayuda a mejorarnos, sacando lo mejor que tenemos dentro.
3. Esa persona sirve de guía, de referente, de modelo de identidad y empuja a conocerla mejor y de alguna manera, asoma la idea de imitarla, de ser un poco como ella.
La autoridad es aquella condición que tiene una persona que muestra unos criterios positivos, equilibrados, humanos, consistentes... una doctrina fuerte y atractiva, una forma de funcionar de categoría... que lleva, que empuja a seguirla de alguna manera. Esa conducta tiene una calidad intrínseca, que invita a seguir sus pasos y copiarlos. Autoridad es una dimensión humana que es entendida como superioridad psicológica y moral.
El que tiene autoridad invita a la excelencia. Y consigue que los que le siguen mejoren, limen sus aristas y se hagan más humanos, mejores.
Ahora bien, tras escuchar y leer lo que generosamente el Dr. Rojas nos comparte, aquí es donde estriban la diferencia de alguien a quien se considera que tiene autoridad.
¿Quién le otorga dicha autoridad? ¡Somos nosotros mismos quienes le otorgamos esa condición a las personas!
Y, si acaso, esa persona que consideramos una autoridad estuvo en un puesto de poder y deja de estarlo, eso no importa, porque ¡nosotros seguimos considerándola una autoridad!
Y cómo no vamos a seguirla considerando una autoridad, si esa persona realmente nos mostró que se interesaba por nosotros (no por sus propios intereses), nos ayudó a sacar lo mejor de nosotros, porque quería que fuéramos mejores —en felicidad, en habilidades, en altruismo, etcétera—.
Personalmente, conozco varias personas que estuvieron en alguna posición de poder sobre mi persona, mi preparación académica, mi trabajo, mi fe, a las cuales sigo viendo como una autoridad aunque ya hayan pasado hasta décadas que ya no tienen poder alguno sobre mi vida.
Como, nuevamente, con maestría explica el Dr. Rojas, a esas personas las vemos así porque nos ayudaron a educarnos:
Educar es convertir a alguien en persona. Es seducir con los valores que no pasan de moda; acompañar, ir con alguien recorriendo los principales tema de la vida. Educar es amor y rigor; poner raíces y alas. Es una tarea de orfebrería, lenta, gradual, progresiva. Educar es sacar la mejor versión de una persona, puliendo defectos y fomentando valores. Ahí la figura del educador es clave: él sirve de enganche, para saber transmitir con garra y al mismo tiempo, hacer atractiva la exigencia.
Y, por otro lado, sin duda alguna todos conocemos seres que tienen cierto poder sobre nosotros, pero a quienes nunca consideraremos una autoridad. Y, si acaso, les obedecemos, es por el puesto o posición que mantienen, nunca será por gusto.
Y ustedes, mis inteligentes cuatro lectores, ¿cuántas personas con autoridad reconocen?
Hasta la próxima.