Quizás estén de acuerdo conmigo, mis queridos cuatro lectores, en que hay pocos momentos que son tan ansiados y tan celebrados como encontrarse nuevamente con buenos amigos y camaradas, tras un buen tiempo (probablemente, varios años) de no vernos en persona. Por supuesto, hoy existen medios electrónicos que nos permiten desde intercambiar mensajes hasta vernos mediante una videollamada, pero nunca de los nuncas será lo mismo que recibir con un amistoso apretón de manos y un fuerte abrazo a tus camaradas. Y así, de frente, poder echar una buena platicada para ponerse al día de lo que ha sucedido durante este tiempo.
Pues hace unos meses, en mayo para ser exacto, los planetas se alinearon y acordamos un reencuentro entre cuatro camaradas que habíamos llegado a conocernos al tener una afición en común: disfrutar de una buena cerveza. Y es que nuestro grupo es tan hetereogéneo o diverso, que te hace pensar: ¿de qué otra manera hubiéramos coincido dos estudiantes de Ingeniería, un diseñador gráfico, dos moneros e ilustradores y un licenciado en ciencias computacionales? Ni el multiverso de Marvel se atrevió a tanto.
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| Meses de noviembre de 2011 (arriba) y 2012 (abajo) en casa del Mudo Vzz |
Aunque la alineación no estuvo completa, al menos cuatro de los integrantes originales hicimos los planes para reunirnos: el buen Guffo Caballero, el Mudo Vzz, el jocoso maestro cervecero Eslem Torres y yo.
El lugar de encuentro pactado fue el Salón Pezina, cuya nominación fue sugerida por el Mudo y apoyada de manera unánime por el resto de los convocados. "Una belleza de cantina", fue como la describió, y añadió: "Dile a la tía Irma que vas de mi parte", dejando ver la familiaridad del Mudo con una de las dueñas de este salón tan tradicional de Monterrey.
Quiero hacer una breve pausa para aclarar que esta no pretende ser como una de las magníficas reseñas de cantinas regiomontanas que el buen Guffo publicó en su blog. Si gustan leerlas, pueden dar clic en este enlace.
Llegado el lunes 5 de mayo, me dirigí al cruce las calles Arteaga y la diagonal Asarco, en Monterrey. Sorprendentemente, el tráfico fue benévolo y llegué mucho antes de lo planeado, así que entré a esperar a los demás.
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| El tradicional Salón Pezina, ni más ni menos |
Como diría la raza: llegué a barrer, pues era el único parroquiano en ese momento. La tía Irma (como cariñosamente llaman a una de las dueñas del salón e hija de Julián Pezina, su fundador), me saluda y me invita a pasar. La calidez de su bienvenida —que contrasta con la estereotipada imagen del cantinero rudo tras la barra gruñendo: ¿Qué va a tomar?"— al instante me hace sentirme cómodo y dirigirme a la barra. De la variada lista de cervezas que hay disponibles le pido una Carta Blanca; me destapa una botella bien heladita y me la entrega acompañada de su correspondiente botanita de cacahuates y fritos, faltaba más. ¡Ajúa!
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| "Un poco de cerveza apagará el fuego" |
Mientras espero a los demás bebiendo mi cerveza, me pongo a observar con suma atención la decoración de este lugar, bien limpio e iluminado, y no puedo más que pensar: ¡Chulada de maíz prieto, i 'ñor! Qué bueno es poder disfrutar de lugares como este todavía.
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| Aunque un poco de modernidad se nota en este sitio... |
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| ...en otras partes parece que el tiempo se detuvo |
La tía Irma se me acerca para platicarme la interesante historia de este salón, fundado por su papá, al cual no se le permitía la entrada a las mujeres... ¡incluidas ellas! Me confiesa que, al principio, fue un gran conflicto para su hermana y ella el hacerse cargo de este negocio, pero no lo iban a dejar caer.
También me cuenta que el cronista regiomontano David Canales Martínez (soynorestense.com) ya va a incluir a esta cantina en la segunda edición de su libro Ruta del olvido. Entonces, ella saca unas hojas que el propio David Canales le dejó y que contiene un borrador del texto que le dedicará a este nostálgico lugar. Mientras la escucho leerlo, doy un sorbo a mi Carta y me alegro de saber que prontamente el autor reparará el descuido de no haber incluido este tradicional salón en la primera edición de su obra. Para mis adentros —y con una sonrisa en los labios— brindo por él.
Cuando la tía Irma termina su lectura, le pregunto sobre este letrero que cuelga de la pared y que realmente me intriga: ¿a poco en aquellos años vendían cervezas de Cervecería Cuauhtémoc y de Modelo? Efectivamente, así era. Resulta que su papá aprovechaba que por la ciudad pasaban algunos traileros de la Modelo y él les compraba algunas cajas para poder ofrecer a sus clientes productos de esa cervecería también. ¿Qué tal?
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| Antes de la maldita exclusividad: las cervezas de la Cuauhtémoc (hoy Heineken) y la Modelo juntas |
Terminaba de explicarme cuando llegó el segundo convocado: el buen Guffo Caballero. Hizo lo propio al pedir una Carta Blanca a la tía Irma, mientras echábamos la platicada para ponernos al corriente sobre qué habíamos hecho en estos más de diez años de no vernos en persona.
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| Con el buen Guffo en el Salón Pezina |
Por supuesto, entre otros temas, hablamos del premio que ganó y fue a recibir hasta el Palacio de la Paz, en la Haya, Países Bajos. "Y todo por un dibujo", como él mismo tituló un artículo de su blog (liga aquí), al cual le siguieron dos artículos relacionados más (liga aquí y también aquí). Un gustazo poder estar compartiendo este momento con él.
En eso, llegó el tercer convocado: el Mudo Vzz. Cabe aclarar que así es como el estimado firma sus obras, las cuales comparte en su cuenta de Instagram @elmudolb.
Con las Cartas sobre la mesa —tres en total—, continuamos la sabrosa conversación, en lo que esperábamos a que el último invitado se manifestara. El acontecimiento se estaba desarrollando mejor de lo imaginado.
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| El Mudo y el Guffo: calentando motores |
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| No es lo mismo los cuatro mosqueteros que diez años después |
Como me imaginé que les ganaría la curiosidad de saber cuál es la frase que forman los nudillos del Mudo (ya los conozco, mis intrigados cuatro lectores), he aquí un acercamiento para que se aprendan este mantra.
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| More beer! parfavar |
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| Pa' dentro que están cenando |
El platillo y sus tortillas fueron sagradamente consumidos, así como otras rondas de cerveza mientras la animada plática se desenvolvía de la manera más natural. Lo he dicho antes: existen personas con las que te llevas tan bien que pareciera que apenas dejaste de verlas ayer, aunque en realidad hayan pasado años. Tener camaradas de sangre ligera es una bendición.
Pasado el tiempo, su servidor tuvo que retirarse dejando al Guffo, al Mudo y a Eslem conversando de lo lindo. Tras un fuerte abrazo con los aludidos, me despedí de la tía Irma y su hermana Linda—quienes estaban atentas viendo el Telediario— y dejé el Salón Pezina, con una gran sonrisa en la boca por esa gratísima experiencia.
Espero que los planetas vuelvan a alinearse de nuevo para tener otro de estos reencuentros, que sin duda alegran el corazón como pocas cosas pueden hacerlo.
Postdata.-
Cuando aún estaba revisando la redacción de este artículo, llegó el libro que estaba esperando: Ruta del Olvido (2da edición), del cronista David Canales Martínez. Y, con gran satisfacción, pude comprobar que ya incluye a este entrañable lugar: el Salón Pezina.
¡Bien hecho, David Canales, por cumplir su palabra!
Hasta la próxima.















Excelente aporte, como siempre. Ahora a conseguir ese libro.
ResponderEliminarYo lo conseguí en Amazon. Pero el propio David Canales me contestó un correo diciendo dónde más se consigue:
EliminarPubliarte
Museo de Historia Mexicana
Punto y Coma
La Enramada
Restaurante García