La historia de Gregorio
por Rafa Ibarra
Gregorio creció en la mentira. Esto, por supuesto, no sorprende a nadie, pues la gran mayoría de las personas han nacido en ella. A él sus padres únicamente le enseñaron lo que a ellos mismos les fue inculcado por sus respectivos padres, como se había hecho sucesivamente generación tras generación.
Pero la vida, caprichosa como solo lo puede ser esta, quiso que un día Gregorio conociera la verdad.
¿Le fue fácil aceptarla? Claro que no. "Es más fácil engañar a alguien que convencerlo de que ha sido engañado", escribió sabiamente Mark Twain. Además, recordemos que la esencia del engaño es que la víctima no es consciente de él.
Entonces, ¿qué le ayudó a Gregorio a aceptarla? Primero, la gente que se la presentó. Y no porque el idioma de ellos fuera extranjero, sino porque por su conducta Gregorio pensaba que no debía de existir gente más buena en todo el mundo. "No pueden ser tan buenos", pensaba él para sus adentros con suspicacia.
No podemos juzgar a Gregorio por abrigar cualquier sospecha, pues debemos reconocer que quienes nacen y crecen en la mentira desconfían de todo. Y tienen que hacerlo para poder sobrevivir en un mundo lleno de gente, tan fría e indiferente, que es capaz de destrozarte para eliminarte de su camino, de un camino que los conducirá... hacia ninguna parte.
Pero Gregorio, ahora con conocimiento exacto adquirido gracias a la ayuda de la gente de la Verdad —así los llamaba él—, como quien puede identificar con facilidad un billete falso de uno verdadero, distinguía casi de inmediato las actitudes de la gente de la Mentira —así comenzó a llamarlos—, esa gente con la que él convivió tanto y que ahora le provocaba asco y repulsión. Para Gregorio, identificar esa hipocresía era como un superpoder que había adquirido.
Y fue gracias a la gente de la Verdad, quienes lo habían aceptado como uno de los suyos, que Gregorio vivió el tiempo más feliz de su vida.
Pero todo lo que es realmente bueno no dura por todo el tiempo que uno quisiera.
La vida ahora quiso que Gregorio aprendiera una gran lección, y es esta: "La Verdad es un gusto adquirido".
En cuanto Gregorio, por azares del destino, se alejó de sus amigos de habla extranjera —y aunque su superpoder le advirtió a tiempo, pero tuvo la mala fortuna de bajar demasiado la guardia—, conoció a gente de la Mentira que se estaba haciendo pasar como gente de la Verdad, dentro de su mismo círculo. Esa gente de la Mentira que estaba infiltrada, motivada por la envidia, abusó de su poder con el único objetivo de quitarle a Gregorio esa felicidad que tenía y que había aprendido a compartir con los demás. Cuando quiso reaccionar, ya el daño estaba hecho: la felicidad que una vez sintió, se perdió en gran parte.
Lo único que pudo rescatar Gregorio fue su vida como despojo. Pero con eso poco bastó para arreglárselas, para intentar retomar su vida feliz, aunque la intensidad no sería la misma, y de eso estaba completamente convencido.
Gregorio se prometió nunca volver a bajar la guardia tanto que llegara a pasar por alto las señales inequívocas de la gente infiltrada de la Mentira, esos lobos haciéndose pasar por ovejas.
Además, Gregorio estaba tan agradecido con la vida por haber conocido la Verdad, que pensar en regresar a vivir la Mentira no era ninguna opción que él consideraría.
Ahora tendría más cuidado, y recordaría que en realidad sí existen personas que son demasiado buenas, pues él mismo conoció a varias cuando, al principio, lo arropó la gente de la Verdad.
Se cuidaría de aquellas personas cuya falsedad aflora, aunque se consideren a si mismas gente de la Verdad, y hasta presuman de haber nacido en ésta. Esa es su gran Mentira.
Gregorio lo sabía.
Gregorio volvió a ser feliz —aunque en menor grado—, recuperó su paz mental, agradeció la enseñanza, y siguió con su vida.
Porque la Verdad es un gusto adquirido.
Tristemente no siempre te enseñan a disfrutarlo
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