Mis siempre atentos cuatro lectores, mientras escribo estas líneas estoy escuchando la conmovedora voz de Frida Boccara cantando una canción francesa, gran éxito del año 1969, titulada Venise va mourir (Venecia va a morir). Aquí les pongo la liga para escucharla. Creo que esa melancólica melodía da un buen marco a este artículo.
Les cuento que ayer, aprovechando un día libre, quise ir al Sanborns de la Plaza Morelos, en el centro de Monterrey, a tomar un café en la barra y leer un poco. Es algo que ya había hecho hace tiempo, e incluso cuando papá vivía varias veces fuimos ahí a tomar un café y platicar. Fueron buenos tiempos.
Pero ahora, al entrar, contemplo la barra completamente sola. Ningún parroquiano sentado en ella. Aunque no se veía esa area abandonada, sí se veía triste.
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Como pueblo fantasma la barra de este Sanborns. |
Al preguntar a una dependiente del lugar si seguían atendiendo en esa área, ella me contesta que no, y que ahora sólo se atiende en el área de restaurante. Resignado, hacia allá dirigí mis pasos.
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Hasta su emblemático anuncio vio tiempos mejores. |
No creo equivocarme cuando digo que el atractivo de este lugar era poder tomarse un cafecito en la barra y platicar con los amigos con quienes te habías citado, o los que te encontrabas ahí. Para quienes buscaban un lugar agradable para leer el periódico, sin entablar conversación alguna, también era un buen punto.
Esa barra era el corazón de este Sanborns.
Pero pareciera que, tal como la canción mencionada hacía referencia a Venecia, este Sanborns va a morir. Sinceramente, no sé si este local se halla en la mira de Carlos Slim, el magnate y propietario actual de la cadena, quien ya ha cerrado algunos (según dice esta nota - dar clic). Pero si no es el ingeniero Slim, el servicio y el ambiente lo van a matar.
Ayer, desde que me asignaron mesa hasta que una mesera se acercó a preguntarme qué iba a ordenar, pasaron 15 minutos. 15 minutos. Y a lo mucho habría otras cinco mesas ocupadas. Sólo pedí café. Y desde que lo pedí hasta que me lo trajeron pasaron otros 10 minutos.
En verdad, si no fuera porque estuve tratando de leer mientras esperaba, me hubiera parado e ido a otro lugar. Pero quise darle su oportunidad.
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Fran y yo, con el café más rápido del Oeste. |
Subrayo el hecho de que estuve tratando de leer, porque entre el volumen alto de la música del restaurante y el volumen más alto todavía de la música proveniente de la sección de Electrónica de la tienda no había manera fácil de disfrutar de la lectura. Realmente parecía un duelo a ver cuál fuente emisora de sonido era la más molesta, pues ni siquiera estaban tocando las mismas canciones. Decidí declarar un salomónico empate, pues cada uno sacó lo peor de sí mismo, debo reconocerlo. Se lucieron.
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$45 pesotes. |
Decidí pedir la cuenta, la cual ascendió a $45 pesos por un café. Aunque era de refill, la verdad ya no quería más café, sino que me quería retirar de ahí ya. Quizás fueron los últimos pesos gastados en ese restaurante por mí, para siempre.
Después del mal sabor de boca de esta experiencia, me pasé a la acera de enfrente a visitar a un viejo conocido: el emblemático edificio de la librería Iztaccíhuatl.
Quizás otro giro comercial que tiene sus días contados. Espero equivocarme.
Hasta la próxima.
La apatía de los trabajadores influye mucho en el ánimo de los clientes.
ResponderEliminaracabas de asesinar lo que quedaba del arbol caído
ResponderEliminarRafa el Samborns murió hace tiempo, solo sigue vivo la casa de los azulejos de madero en el centro histórico de cdmx
ResponderEliminarSieeeeeempre está solo, mi Rafa
ResponderEliminarEs una lástima
Aparte, pésimo servicio