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Con Don Carlos Villarreal Martínez —20 de enero de 2011— |
Seis décadas como aficionado consumidor: entrevista a don Carlos Villarreal (Primera entrega de cuatro)
[ Entrevista realizada el 20 de enero de 2011 ]
Con casi seis décadas como consumidor asiduo de vino, don Carlos Villarreal es la persona que conozco con mayor experiencia en ello.
A punto de llegar a los 1000 vinos reseñados en su
columna “…Y al vino, vino” de la sección Buena Mesa del periódico El Norte, don
Carlos tiene muchísimas historias en su haber, además de una firme convicción
que ha formado alrededor de este tema que tanto nos gusta: el vino.
El consumo del vino,
algo tan común en otros lugares, e incluso en otras épocas de nuestro México,
ha dado paso a algo que se ha dado por llamar “la cultura del vino”. En
ocasiones no se hace distinción entre una cosa y otra, y, sin embargo, su
naturaleza es completamente diferente. El primero se da de manera natural al
ver al vino como un alimento, una vianda más en nuestra mesa; mientras que la
segunda ha tenido que ser empujada, en los nuevos tiempos, por los productores,
apoyados con expositores y sommeliers, creando una atmósfera de sofisticación
alrededor de esta milenaria bebida.
Lo anterior queda claro
al momento de platicar con don Carlos Villarreal Martínez, quien, a sus 77 años
de edad, recuerda con gusto cómo, en la casa familiar, su padre acostumbraba a acompañar
la comida con vino, en su natal Tampico, Tamaulipas. Su padre les daba a probar
traguitos a él y sus hermanos, y desde entonces le agarró el gusto.
Aficionado a la buena
música también, don Carlos recuerda lo que compró con su primer sueldo, a la
edad de 20 años: un disco y una botella de vino blanco riojano, de la bodega
Carlos Serres, la cual regaló a su padre, y con la que acompañaron un rico
huachinango al horno, cocinado por su madre. Desde entonces no ha pasado una
sola semana en que al menos una botella de vino sea abierta en su mesa.
Hoy en día, ya retirado,
tras haber trabajado muchos años en el ámbito financiero, me cuenta que llegó a
trabajar a Monterrey en 1963, encontrando una ciudad con una pujanza económica
impresionante, pero con muy pocas opciones de vino y gastronomía a las que él
se había acostumbrado en Tampico. Don Carlos asegura que, debido a la gran
colonia española asentada en ciudades como Tampico, Torreón y Veracruz, es que
se disponía de muchas más opciones que en Monterrey, donde predominaba el
consumo de cerveza y whisky. Según cuenta, aquí sólo había una tienda de vinos que
se llamaba “Vinos y licores del Centro”, apenas visible, en el centro de la ciudad,
sobre la calle Padre Mier. Fuera de eso, se hallaba un poco de vino de mesa con
los mayoristas de licores que surtían a las cantinas, y “los vinos asoleados
del súper”. Varias veces tuvo que pedir que le enviaran vinos y jamón serrano
desde Tampico.
Sabiendo lo anterior,
no es de extrañar que la mayoría de los vinos que él ha probado sean españoles.
¿Cómo eran esos vinos comparados con los actuales? Don Carlos corrobora que,
gracias a los avances en la enología, los vinos actuales son mucho mejores a
los que acostumbraba a beber en su juventud. “En ese entonces, una botella de
vino que se abría a la hora de la comida, para las ocho de la noche ya sabía
algo mal”, me comenta. “Los españoles tienen una expresión para eso: decían que
ese vino se ‘tuerce’”.
A la pregunta de por
qué los vinos españoles han predominado en su consumo personal, así como en las
reseñas de su columna, don Carlos es contundente: porque son los vinos que
presentan la mejor relación precio-calidad del mercado local.
Aprovecha entonces para
explicarme que su columna, que escribe desde 2003, está dirigida a gente
aficionada o que apenas se está iniciando en el consumo del vino de mesa de las
clases media y baja. “De ningún modo va dirigida a quien no tiene límite para
pagar por una botella”, dice.
Y es que recalca que, en una economía como la nuestra, es importante conocer el precio del vino para saber si una compra es conveniente. Menciona que existen revistas (y yo agregaría, blogs) en que el precio es irrelevante al momento de calificar, pero en México no tenemos una economía que permita ignorarlo como factor de decisión.
Ya que hablamos de
calificaciones, me explica cómo es que realiza las catas para su columna:
invita a su casa a dos o tres amigos aficionados, que no tienen negocios
relacionados con vino, a probar los vinos que él mismo compró, ya sea en una
tienda especializada, con algún distribuidor de vinos local, en centros
comerciales o en supermercados. Sus catas no son a ciegas, sino que obtiene
información de los vinos en cuestión, como su ficha técnica o lo que digan las
guías de vinos de sus países, para contar con una referencia. Después de
probarlos hacen las preguntas importantes: ¿cuánto cuesta?, ¿lo comprarían a
ese precio?, y ¿cómo resulta comparado con otros vinos de características y
precios similares previamente probados? Basados en las respuestas otorgan una
calificación que puede ir del cero al diez, siendo ésta a más alta
calificación, y que ha otorgado una sola vez en los 7 años de la columna. ¿El
motivo? Ése vino tenía la calidad de los mejores vinos que ha probado,
incluyendo vinos de más de 1000 pesos [mexicanos], pero costaba menos de $500.
Eso le dio el plus para obtener tan alta calificación.
Hay que aclarar que don
Carlos tiene un acuerdo con el periódico de no incluir reseñas de vinos que
obtengan debajo de 7 puntos, para no desperdiciar el valioso espacio físico de
ese medio impreso.
¿Y cómo llegó a
escribir para El Norte? Don Carlos participaba desde 1982 cocinando en un
festival de paellas que se hacía en Acapulco, organizado por La Cofradía del
Arroz, y que era cubierto por El Norte al principio, y posteriormente por el
periódico Reforma, con quienes compartía la receta de su paella. En 2001 lo
invitaron como consejero editorial de la sección Buena Mesa; fue reelegido en
2002, y al terminar su período lo invitaron para escribir una columna sobre
vinos. Él aceptó siempre y cuando fuera desde el punto de vista de un
aficionado consumidor, con lenguaje directo, sin extravagancia ni
complejidades, además de que no aceptaría línea editorial y le debían asignar un
presupuesto adecuado para comprar los vinos a reseñar. El periódico estuvo de
acuerdo y desde la primera prueba, el 11 de junio de 2003, cada catorce días
sale su columna en la sección Buena Mesa.
[Fin de la primera entrega]
Hasta la próxima.
[Da clic en esta liga para leer la segunda entrega]
La vida se enriquece cuando conoces a personas que alimentan no solo su estómago sino también su intelecto.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo.
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