martes, 25 de febrero de 2025

La Historia Completa del Vino Mexicano (Abreviada)


Mis queridos cuatro lectores, en esta ocasión trataré de exponer de manera breve, resumida y sencilla lo más relevante acerca de la Historia del Vino Mexicano.

Empezaremos por decir que antes de la llegada de los españoles a nuestra tierra, nuestros antepasados indígenas ya tenían conocimiento sobre cómo elaborar bebidas alcohólicas, algunas de las cuales consumían en sus rituales y otras de manera doméstica. Bebidas como el pulque, el acachul, el chumiate, el comiteco, el zacualpan, el colonche, el xonocostle y muchas otras eran elaboradas por diferentes métodos en varias zonas de nuestro territorio.


Ahora bien, el cultivo de la vid ya en forma se dio con la llegada desde España de los conquistadores, y sobre todo de los misioneros que en 1493 plantaron las primeras vides para obtener el vino que necesitaban para sus misas.  Sí existían vides silvestres aquí (Vitis rupestris, Vitis labruscaVitis berlandieri) pero con sus frutos —demasiado ácidos— no se obtenía un vino aceptable para los religiosos españoles. Debido a esto, la primera cepa que fue traída de Europa al continente americano fue plantada en nuestro país. El nombre de esa cepa: misión.


Los primeros viñedos en México fueron plantados —obviamente— en la capital del virreinato, que estaba localizada en lo que hoy es la Ciudad de México. Desde ahí los viñedos se expandieron a todos los lugares donde se empezaron a trasladar los misioneros: Puebla, Querétaro, Guanajuato, San Luis Potosí, Michoacán, Dolores, Celaya, Guerrero, el Valle de Parras, Baja California y Sonora. Podemos entonces decir que fueron los jesuitas y los franciscanos los primeros en impulsar la vitivinicultura mexicana. Por cierto, fueron los jesuitas quienes plantaron los primeros viñedos en la zona de Baja California. Los franciscanos desarrollaron principalmente la parte de California que ahora pertenece a los Estados Unidos.


Más adelante, en 1524, llegó un apoyo oficial mediante un decreto de Hernán Cortés, Gobernador de la Nueva España, el cual ordenaba a cada colono español plantar 1000 pies de vid por cada 100 indígenas que estuvieran a su servicio. Además, se ordenó que cada navío que llegara a la Nueva España trajera vides y olivos.


El vino que entonces se produjo aquí aumentó en cantidad y en calidad, tanto que los colonos españoles ya no vieron necesidad de seguir importando vino español. Esto no les gustó nada a los productores de vino de España e influenciaron al Rey Felipe II para que en 1595 —casi un siglo después de plantada la primera vid en México— lanzara un decreto que ordenaba exterminar todos los viñedos plantados en la Nueva España y prohibía plantar nuevos.  Esta orden fue atroz para el futuro del vino mexicano.  Lo bueno es que no tuvo realmente los efectos esperados por la corona española por dos sencillas razones. La primera fue que la amplitud del territorio conquistado —poco más de 2 millones y medio de kilómetros cuadrados, lo que significa cinco veces más grande que el territorio de España— hacía imposible tener un control eficaz con los pocos soldados con que se contaban. Y la segunda razón fue la negación por parte de los religiosos de cumplir la orden fundamentándose en que el vino era indispensable para sus ceremonias, con lo que continuaron expandiendo sus cultivos. Por supuesto que sí hubo reducción en las plantaciones de la vid, pero nunca desaparecieron. Por cierto, la orden de Felipe II fue refrendada luego por Felipe III en 1610 y por Felipe IV, en 1628 y 1631.


Fuera de las congregaciones religiosas, que continuaron con la producción de uva y vino, fue Don Lorenzo García —un colono original de la región de Coahuila conocida hoy como Valle de Parras—, quien en 1597 viajó a España para solicitar al Rey Felipe II una “Merced” —dotación de tierras— con el expreso propósito de plantar viñedos para producir vino y brandy.  Quién sabe qué palabras tan persuasivas como eficaces utilizó Don Lorenzo frente a Su Majestad, pues su solicitud le fue concedida el 18 de agosto de 1597, quedando así fundada la primera empresa vitivinícola del continente americano bajo el nombre de Hacienda de San Lorenzo, lo que hoy conocemos como Casa Madero, y que es la vitivinícola más antigua de México y de toda América.


Otro hecho de importancia para nuestra historia vitivinícola nacional se da en 1791, cuando el fraile dominico José Loriente funda la misión de Santo Tomás en lo que ahora es Baja California, al sur de Ensenada, plantando los primeros sarmientos de uva misión en ese valle.


Pasó el tiempo y llegó la guerra de Independencia en 1810, tras la cual el gobierno mexicano decidió secularizar algunas propiedades religiosas, entre ellas la misión de Santo Tomás, que pasó por las manos de varios propietarios desde 1833.


En 1870 Don Evaristo Madero adquiere a unos franceses la Hacienda de San Lorenzo (la hoy bodega Casa Madero) y en 1884 viaja a Francia para traer a México las primeras cepas de aquel país.


En 1888 el italiano Francisco Andonegui y el español Miguel Ormart fundaron Bodegas de Santo Tomás y también traen a México variedades de vid que nunca se habían cultivado aquí, como son palomino, moscatel, rosa del Perú y tempranillo.


Por estos mismos años finales del siglo XIX, James Concannon también introdujo variedades francesas a la zona de Baja California, y Perelli Minetti hizo lo propio plantando sus cepas cerca de Torreón, en el estado de Coahuila.


A principios del siglo XX, específicamente en 1906, llegan al Valle de Guadalupe aproximadamente 100 familias rusas, y con el tiempo establecen pequeños viñedos y de manera artesanal comienzan a producir sus propios vinos. El florecimiento del Valle de Guadalupe se debe en gran parte a ellos.


Llegó la Revolución Mexicana en 1910 y nuevamente se pone freno al desarrollo que mostraba la vitivinicultura del país. Por si fuera poco —y por si creímos que a nosotros no nos había afectado— los avances se frustran además  por una epidemia de filoxera que diezmó nuestros viñedos.


En 1924, arriba desde Italia el señor Angelo Cetto, quien en 1926 fundó en el Valle de Guadalupe la compañía L. A. Cetto —la vitivinícola mexicana más grande— que inició elaborando vinos  fortificados debido a la tecnología con la que contaba, pues eran los que mejor soportaban el clima extremoso.


En 1931, Abelardo L. Rodríguez —que sería nombrado Presidente sustituto al año siguiente— compró Bodegas de Santo Tomás y trajo al enólogo italiano Esteban Ferro, quien importó cepas francesas e italianas, las cuales dieron un impulso definitivo a la zona vitivinícola de Baja California.

 

En 1948, quince empresas crearon la Asociación Nacional de Vitivinicultores buscando así la consolidación de la vitivinicultura mexicana, motivadas por la necesidad de contar con un órgano que representara sus intereses ante instituciones públicas y privadas locales, nacionales e internacionales. Esta Asociación agrupa tanto a los productores de la uva en el país, como a las empresas y organizaciones que se dedican a procesar la misma para la obtención de sus derivados, como la uva pasa, jugos de uva, brandy y, desde luego, los espléndidos vinos mexicanos.


En los años 40, llega desde Italia el Viticultor y Enólogo Vittorio Giaginto Bortoluz Perencin, contratado por la compañía "Productos Vinícolas de Delicias", en donde hasta finales de 1951, se dedicó a desarrollar vides para los territorios de Chihuahua y Coahuila. Persistente en su búsqueda, muda su estancia al Valle de San Juan del Río, Querétaro, en donde casi por una década, se dedica a cultivar viñedos, lo que le permitió percibir grandes semejanzas con las tierras y clima del cinturón mediterráneo. En 1972 junto con su hijo Claudio, funda “Viñedos La Redonda”, productor de los Vinos Orlandi, un rancho destinado al cultivo y cuidados de las vides para la obtención de vinos queretanos de calidad. Para este proyecto viajan a Europa e importan variedades de merlot, cabernet sauvignon, malbec, chenin blanc y trebbiano para iniciar su cultivo en el rancho.


En la década de 1970 se funda también Casa Pedro Domecq en el Valle de Guadalupe, buscando repetir su éxito con el brandy. Para esto se asoció con L. A. Cetto por 20 años, antes de ser comprada por la empresa inglesa Allied. Mientras estas grandísimas empresas crecían continuamente, pequeñas bodegas iban surgiendo en otras zonas como Querétaro, Aguascalientes y Zacatecas.


Entre 1970 y 1980 la producción se triplicó, lo que implicó un ritmo de duplicación de las áreas cultivadas cada tres años, junto con un fuerte crecimiento de las inversiones en equipos, promoción y comercialización. Este ritmo de crecimiento estaba fuertemente motivado por el proteccionismo gubernamental que prohibía la importación de vinos, por lo que varias empresas extranjeras decidieron abrir bodegas en México, entre ellas Casa Pedro Domecq y Martell.


Valle Redondo, la conocida vitivinícola de Aguascalientes, es fundada en 1964. En 1970 se establece en Zacatecas la vitivinícola Vinos Carrera. En los años 70 el catalán Francisco Domenech funda en San Juan del Río, Querétaro, una vitivinícola llamada primero Hidalgo, y después La Madrileña; hasta el año 2000 en que ya no se dedicó a hacer más vino.


Fue 1977 el año que vio nacer otra bodega en Aguascalientes: Bodegas de Haciendas de Letras.


En 1983, se funda en Ensenada oficialmente Cavas Valmar, aunque sus antecedentes datan desde el año 1919. En 1984 en Zacatecas inicia la elaboración de vinos la vinícola Cacholá.


El auge del crecimiento duró hasta 1987, basado —aunque duela reconocerlo— en demasiados vinos baratos y de calidad mediocre. Por supuesto que había honrosas excepciones, como las de las bodegas que se preocuparon por importar cepas y tecnologías europeas para elaborar sus vinos. En 1987 México ingresó al GATT (General Agreement on Tariffs and Trade) con lo que se abrieron las puertas a la importación, comenzando así las quiebras de la mayoría de las empresas vinícolas: de 60 que había, quedaron alrededor de 10 en funcionamiento. Una gran cantidad de vinos extranjeros de buena calidad y buen precio abarrotaron las tiendas. Es justo en este momento que se creó mala fama para los vinos mexicanos, cuando los comenzaron a comparar con los extranjeros. Mala fama que persiste hasta nuestros días —ya sin fundamento— en muchas de las personas aficionadas al vino que vivieron esa época, y que siguen sin darle oportunidad al nuevo vino mexicano. Pobres, de lo que se pierden.


Con mucho trabajo previamente realizado por parte de Antonio Badán (QEPD) en su rancho “El Mogor”, en 1987 salió la primera botella del vino Mogor Badán con su distintiva etiqueta. También en ese año inicia el proyecto de Vinos y Viñedos Californianos Roganto, lográndose la vinificación de la primera cosecha con fines comerciales en 2001.


En 1988, David Bibayoff, descendiente de aquellos rusos que llegaron al Valle de Guadalupe a inicios del siglo XX, funda Bodegas Valle de Guadalupe, responsable de la producción de los Vinos Bibayoff. También en 1988, justo enmedio de la crisis de la industria vitivinícola nacional, se funda en el Valle de Guadalupe la vinícola Monte Xanic, que tiene una propuesta completamente diferente: vinos de alta calidad, producciones pequeñas y precios altos. Su éxito motivó a otros productores a seguir su ejemplo.


La pequeña bodega zacatecana Cantera y Plata aparece en el año 1990, cuyos caldos son considerados de muy buena calidad.


En 1991, el Ing. Eduardo Liceaga (QEPD) decide reconvertir sus viñedos – Viña de Liceaga – para cultivar uva para elaborar vino, coincidiendo la culminación de este proceso – en 1998 – con la elaboración de vino en su propia bodega.


En 1994 es el establecimiento de Château Camou.


En 1997, Donald y Tru Miller fundan Adobe Guadalupe; ese mismo año nacen otros dos proyectos que hoy son una realidad: Barón Balch’é y Viñedos Lafarga. Ese mismo año sale la primera cosecha del famoso Vino de Piedra, del enólogo Hugo D’Acosta.


En Parras surge otra bodega productora de vinos en 1998: Viñedos Buena Fe; con su vino tinto Rivero González cuya primer cosecha fue la 2003.

 

En 1999, se forma la Vinícola Tres Valles, en Baja California.


En 2000, otro proyecto inició en el Valle de Ojos Negros, bajo el nombre de Bodegas y Viñedos San Rafael. En 2002, la bodega Vinisterra ve la luz en el Valle de San Antonio de las Minas.


Afortunadamente, en fechas recientes han surgido muchísimos más proyectos vitivinícolas que aún se mantienen con vida.


También es una realidad que el cultivo de viñedos en México, aunque es importante, aún no está dedicado en su mayoría a producir uva para elaborar vinos, como sí sucede en otros países. Para darnos una idea: actualmente se cultivan 45000 hectáreas de viñedos en México, y sólo 3500 son dedicadas a uvas para vino. El 64.4% de la uva es para elaborar brandy, el 15.5 % es para uva de mesa, el 9.4% es para elaborar pasas, el 8.3% es para hacer vino, y el 2.4% restante es para jugos, concentrados y otros productos.


¿Recuerdan que al inicio se mencionó que los viñedos fueron plantados en todos los lugares que visitaban los misioneros? Pues en nuestros días sólo sobreviven viñedos en siete estados de la república, donde el terruño tiene las características óptimas – suelo, microclima, macroclima y mesoclima – para producir uvas de excelente calidad.  Estos estados son Sonora – el mayor productor de uva de México con el 70%, pero casi sin participación en la uva para vino–, Coahuila, Baja California —la mayor zona de producción del vino nacional—, Durango, Aguascalientes, Zacatecas y Querétaro.


Lo mejor de la Historia del Vino Mexicano, es que día a día la seguimos escribiendo todos y cada uno de nosotros, los que amamos al Vino Mexicano. Es cierto que necesitamos —urgentemente— apoyo verdadero de parte de nuestro gobierno para contar con igualdad de condiciones y así competir mejor con los vinos importados. Pero también es verdad que la calidad de nuestros vinos está siendo reconocida internacionalmente, que la cultura y la fascinación por el mundo del vino está creciendo en nuestra propia gente, gente joven que no conoce los prejuicios de nuestros mayores y que se aventuran sin temor a probar nuevas cosas, a darle una oportunidad a nuestros caldos. Y que una vez que comprueban su calidad, se vuelven defensores y promotores incondicionales del Vino Mexicano. 


Nos quedan muchísimas hojas en blanco. Sigamos escribiendo nuestra Historia. 


Hasta la próxima.





1 comentario:

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Ahora sí, adelante, Shakespeare.